Pili
–¡Ya nació! Me dijo mi vieja en un llamado telefónico rápido. Ahora me voy a verla –siguió.
Pilar nació un 26 de junio de esos días fríos, bien mendocinos. Es la
menor de tres hermanos, le sigue a Ignacio y a Martina. Los tres son mis
sobrinos.
Qué ganas de estar ahí –pensé. Pero no podía. Para ir
hasta Mendoza necesitaba al menos tres días libres y hacía poco tenía
trabajo nuevo. En vacaciones de invierno podría viajar. Para eso
faltaban sólo unas semanas.
Cuando nacieron los hermanos
de Pilar –Ignacio en 2005 y Martina en 2007- estuve en la clínica junto
a mi hermana, mi cuñado y mis viejos. Pero cuando nació Pilar no. No
pude. Y eso, y que nos veamos sólo una o dos veces al año, siempre me
hizo sentir que ella no tendría la misma confianza que sus hermanos
tienen conmigo.
La primera vez que la vi parecía un gatito recién
nacido. El pelo oscuro bien pegado a la cabeza, los ojos hinchados y
alargados. Estaba llena de ropa y dormía como veinte horas por día. Lo normal
de cualquier bebé. Después, se le agrandaron los cachetes, se le
redondearon los ojos y el pelo oscuro se empezó a aclarar.
–¿Te acordás cuando me regalaste una masa?
Desde que habla, suele repetirme eso en cada una de nuestras charlas telefónicas.
Sí, una masa amorfa, aburrida y olorosa es con lo que más le gusta jugar.
Entonces ahí sé que entre los regalos que le voy a hacer nunca puede faltar una masa.
Hoy cumple 5 años y me gusta que no le gusten las muñecas. Me gusta que
cada vez que nos veamos me abrace fuerte y quiera dormir conmigo.
Y me gusta regalarle esas masas amorfas y olorosas y amasarlas con la Pili, como le decimos.
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