viernes, 19 de junio de 2015

Curiosidad

Desde que hablo tengo curiosidad. La volví loca a mi mamá cuando me llegó la edad de los por qué. “Por que sí y punto” contestó muchas veces a mis insistentes preguntas. Angelina, mi tía, fue más paciente tal vez porque no me veía todos los días. Me dejó revisar durante años cada uno de los cajones desordenados y llenos de porquerías del aparador de su casa. Mi ritual era siempre el mismo: llegaba, saludaba a todos y me iba directo a los cajones. Siempre había algo nuevo, o al menos algo nuevo para mí.
 

Hace más o menos un mes, una tarde que llovía, salí de terapia y me encontré con Rubén –el encargado del edificio de mi analista– iba a la calle con una pila de libros.

–¿Una mudanza? –pregunté intuyendo algo.
 

–Nooooo! Los tiro.
 

–Pará, pará ¿puedo verlos?
 

–Sí, claro!
 

Rodolfo Walsh, Fiodor Dostoievski, Truman Capote, Ernest Hemingway, Hermann Hesse, Antone Chejov, Manuel Puig y Oscar Wilde son algunos de los que esa tarde se iban a mojar en la calle.
Por supuesto que había más, me encargué de confirmarlo.
Desde ese día, cada martes, cargo en mi mochila quince o veinte libros que tenían destino de container y que se salvaron por curiosidad.

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