Mayo de
2007. Era la primera vez que estaba en Constitución, había llegado en el subte
C. El olor a frito invadía el ambiente. No recuerdo bien si el negocio de
comidas al paso "Rancho Topo" ya estaba allí, a pocos metros de la
salida del subte como ahora, pero el puesto de Lotería Nacional debió haber
estado, el local de diarios y revistas Norberto, el chico que reparte La Razón y el vendedor de chipa
seguro también.
En Constitución -como en todas las terminales- donde pasan miles
de personas por día abundan los puestos de comida rápida y negocios de
baratijas de importados, panaderías, farmacias, polirubros, verdulerías,
kioskos y vendedores ambulantes en forma desordenada por toda la estación. Un
negocio de huevos y milanesas de pollo puede estar al lado de una
perfumería. Los panes Bimbo -acomodados en estantes o cajones de plástico- se
ofrecen a viva voz en el medio de un pasillo entre la salida del subte y la
boletería del tren.
-Remedios
de Escalada -pedí en la boletería y pagué con monedas cincuenta y cinco
centavos-.
Con el
boleto en la mano, pregunté cómo llegar a los andenes y me señalaron la opción
más rápida: una escalera que empieza en la puerta de los baños. Al llegar a ese
sector y pasando el polirubro “dos tipos audaces” el olor a pis era
penetrante. Casi por reflejo corté el aire. Algo común en este trayecto es
encontrarse con gente mendigando cerca de las boleterías o durmiendo en el
piso. Una postal sórdida y desoladora se puede ver y respirar allí. Jóvenes,
viejos, niños y madres tirados a veces con colchones, frazadas, cartones o
naylon duermen y circulan por Constitución. Similar a lo
que se ve debajo de los puentes de las autopistas céntricas, en las estaciones más importantes del subte o simplemente en cualquier plaza o vereda de la Ciudad. Con
esa instantánea en la cabeza subí la escalera, busqué el andén de donde salía
mi tren y me fui.
Hace
cuatro años trabajo en Remedios de Escalada y a diario vuelvo a ver ese paisaje desolador.